sábado, 3 de diciembre de 2011

17 Uzbekistán - Moynaq

En Moynaq me esperaban Abijabar y su hija Serbis.


Nozila les había dicho que aparecería por allí, así que fueron mis guías, me enseñaron el pueblo, el museo, la zona de los barcos...
Abijabar hablaba con tristeza de lo que un día fue una gran playa y un gran puerto pesquero.
Cuando bajamos a ver los barcos se apoyó en uno de ellos y allí se quedó un rato, recordando los buenos momentos vividos cuando era joven.



La reciente historia de la desecación del mar Aral por culpa de los riegos de los campos de algodón es muy conocida.
Yo fui allí porque quería pisar el fondo de un antiguo mar, quería llegar a lo que queda de él y tocarlo... quizá la próxima vez sea tarde.
También quería ver los restos de los barcos pesqueros, a pesar de que ahora están colocados bien ordenaditos para que los turistas podamos hacer fotos sin mucho esfuerzo.
Paseando por el fondo del mar cargado con las mochilas, bajo un sol abrasador, mirando al horizonte sin encontrar ni rastro del agua, solo podía pensar en Paris-Texas.












Ahora mismo Moynaq parece un pueblo de las películas del Oeste. Hay una larga calle principal a cuyos lados están las tiendas, bares, viviendas, estación de autobuses (bueno, la estación de autobuses es un pequeño parking de arena junto a un bar

La Calle de Moynaq


El edificio del Cine


Dormí en un edificio al que llaman hotel porque tiene alguna habitación y te cobran por dormir. El hombre que gestiona el hotel vive allí mismo. Y su aseo lo comparte con los huéspedes del hotel, si es que los hay.
Yo estuve solo.

Éste era el cuarto de la ducha




Museo:









En el mismo edificio del Museo está la escuela de música. La profesora nos hizo una demostración:




Solo quedaba tiempo para volver a Tashkent y volar de nuevo a Yerevan, recoger, el coche y seguir hacia Nepal atravesando Irán, Pakistán e India.
En el camino de vuelta a Tashkent paré en Nukkus, donde quería ver el impresionante museo Savitzky, una ensalada de arte desde Grecia hasta Popova.
Allí coincidí con una pareja estupenda Amaia y Eneko, que también andaban a vueltas por el país. Amaia y yo nacimos y vivimos en la misma ciudad, e incluso estudiamos en el mismo instituto. Pero curiosamente no nos hemos conocido en Irun sino en un pueblecito en medio de Uzbekistán.

El impresionante Museo con un abandonado parque de atracciones al fondo.


Amaia y Eneko